lunes, 2 de septiembre de 2013



MIRADAS. . . EL CORAZÓN DE UN GATO

Aunque estaba ciego, sabía que estaban ahí: la blanca bola, seguida de cerca por un punto brillante; ya no recuerdo cuántas bolas blancas había visto aparecer en la esquina de la ventana, desde que Luisa, Diego y Amelia nos dejaron al viejo, a su maleta y a mí en aquella destartalada casa.





Desde aquél día el viejo tenía la mirada perdida y me hablaba todo el tiempo: recordaba cuando Luisa (su hija mayor) se resfrió y la fiebre le subió 40º, y su madre la cuidaba todo el día, y aquél verano en el que Amelia estuvo a punto de ahogarse en la playa y su padre corrió a salvarla o aquella tarde en la que Diego estaba jugando con unos amigos y pisó una botella rota y hubo que llevarlo al hospital para evitar que se desangrara. Muchas emociones recorrían su cansado cuerpo.






Todo esto contaba el viejo, pero las historias siempre terminaban recordando a "Sara" la vieja mamá. Cuando enfermó los médicos dijeron que era un virus, porque no sabían qué nombre darle a aquello que se llevaba a Sara. En este punto el viejo me rascaba la cabeza y yo ronroneaba de placer, luego continuaba su monólogo:





La vieja mamá no pudo levantarse más y él la cuidaba con esmero, y no por ello me descuidaba a mí; hasta me traía pescado de vez en cuando, me lo ponía en un platito floreado y ¡le quitaba las espinas! Lo hacía para que yo no me ahogara con ellas: adoraba al viejo. A Sara la cuidaba con amor, y cuando no se veían lloraban en silencio la ausencia de sus hijos; decían que estaban muy ocupados para visitar a Sara.






Una tarde apareció Luisa y lo primero que hizo fue llamarme gato sarnoso y me dio un puntapié que me dejó dolorido. El viejo se preocupó porque no probé las anchoas albardadas que él tampoco probó. Me tomó en sus brazos y yo grité de dolor. Me llevó al médico de gatos y le dijeron que parecía que había recibido un fuerte golpe y que tenía dos costillas rotas, el viejo se extrañó, pero yo bien sabía lo del golpe.






Al mes siguiente, fue Amelia a la casa y me rascó la barbilla, me sonrió y me llagó gatito lindo, yo me froté contra su mano; Amelia era azafata, no podía cuidar de sus padres porque estaba mucho tiempo fuera de casa y fue la única que protestó cuando nos aparcaron al viejo y a mí en aquella casa. . . era dulce Amelia, sobre todo cuando me llevaba pollo a la cantonesa con arroz ¡que delicia!.





                      ESTERILIZACIÓN A LOS GATOS DE LA CALLE  ¡¡¡YA!!!





No pasaron ni tres bolas blancas cuando apareció Diego y dijo que no podría volver a visitarlos en varios meses porque tenía mucho trabajo (Diego llamaba "trabajo" a la caza), recuerdo que llevaba la escopeta y sin venir a cuento me arreó un culatazo en la cabeza a la vez que me llamaba gato endemoniado y asqueroso: perdí el conocimiento.






VARIAS CAMADAS DE GATITOS INDESEADOS.

LA CASTRACIÓN ES UN ACTO DE HUMANIDAD.



Desperté en un hospital de gatos, me dolía todo el cuerpo y no podía ver. La veterinaria me hablaba con cariño, me decía "mi rey, mi rey . . .que te han hecho mi rey. . ." Cuando volví a casa con el viejo, Sara no estaba y mi amigo humano lloraba y me abrazaba, decía que la vieja mamá ya no volvería. Yo había perdido la vista debido al golpe con la culata de la escopeta de Diego y estaba echado al lado de la ventana para que me calentara un poco el sol, cuando escuché que se acercaba un coche. Le dieron al viejo una carta y me la leyó en voz alta; Luisa y Diego habían tenido un accidente de coche cuando iban a cazar. Vieron un ciervo en mitad de la carretera y quisieron atropellarlo, pensaron que no les pasaría nada a ellos. Creí escuchar al viejo que los llamaba asesinos crueles.  Yo he vuelto a ver la bola blanca en el cielo con los ojos de mi alma.

                         
                                                     à suivre  . . .











Juan Mérida.










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