LA VACA DEL TÍO TOÑIS
En una de nuestras visitas veraniegas a la casa del pueblo de mi tío y de su familia y en uno de mis inevitables paseos por las cuadras del ganado, pasé por la zona donde estaban estabuladas las vacas de leche. No serían más de diez animales, pero, según entré por la puerta, una de ellas, Dourada , se puso a mugir mientras me miraba de una forma que, sinceramente, al principio me dio un poco de medito.
Al instante me di cuenta de que aquel maravilloso ejemplar de vaca [con el tiempo me enteré de que era una raza autóctona de la zona, vianesa,y que una de sus características era ese pelaje dourado] no pretendía otra cosa que llamar mi atención ¡Me estaba llamando!
Posiblemente algunos penséis que estoy loco por decir esto ... pues no (creo), no lo estoy: Dourada no se calló hasta que no me acerqué lo suficiente como para poder acariciarla mientras casi desgarraba mi jersey con los pinchos de su especializada lengua, con frenéticos y cariñosos lametazos.
Yo, como podréis comprender, estaba absolutamente alucinado. Aquel animal estaba feliz, entornaba los ojos mientras le acariciaba y cada vez que intentaba separarme, ¡vuelta a los mugidos! Estuve un rato más con ella, hasta que pareció quedar satisfecha, pues en el último intento por salir del establo ya no me hizo sentir mal con sus sonoras onomatopeyas.
Niños de ciudad interactuando con ganado de granja. Puede que algunos consigan “hacer contacto”. Esto es: que tanto el animal como la niña o niño se
sientan identificados y compenetrados con el animal.
sientan identificados y compenetrados con el animal.
Por fortuna para mí y para mi nueva amistad, estuvimos unos cuantos días en casa del tío y, como podéis imaginar, visitar a mi querida amiga Dourada se convirtió en mi principal actividad de aquellos días.
El momento culminante, llegó una tarde en que, al acompañar a una de mis primas a sacar a las vacas al prado, Dourada salió flechada hacia mí. La verdad es que ver aquella masa corporal con su armada cornamenta dirigirse al trote hacia mi pequeño cuerpo, me produjo un poco de tembleque.
Claro “contacto” espiritual entre animal y niño. De gran beneficio para el desarrollo cognitivo del niño y para el animal, si se le respeta.
Claro “contacto” espiritual entre animal y niño. De gran beneficio para el desarrollo cognitivo del niño y para el animal, si se le respeta.
Justo al llegar a mi altura se detuvo, como dotada del mejor sistema de frenado y comenzó a cabecear, frotando su enorme cara por todo mi cuerpo. Yo estaba alucinado, pero la cara de mi prima era un poema. Ella me comentó que muchos animales mostraban sus preferencias por algunas personas, que les tenían menos miedo, más cercanía, pero que aquello era algo que jamás antes había visto.
Tras el saludo inicial, nos dirigimos hacia el prado, no muy alejado de la cuadra, pero Dourada no se separaba de mi lado. Cuando llegamos, ella, como el resto, se puso a comer, pero no dejaba de tenerme controlado con el rabillo del ojo. Estábamos sentados en la hierba, las vacas pastando, cuando me dio por llamar a mi nueva amiga: levantó la cabeza, fijó en mí sus enormes y preciosos ojos, y vino nuevamente corriendo a mi lado.
Así estuve toda la tarde, caminando por aquel enorme prado y llamando a Dourada. Siempre, siempre acudía a la llamada, recibía mi dosis de caricias y mimos y vuelta a pastar. Yo era el personaje más feliz de la Tierra; un animal, por “decisión propia”, me había elegido como su amigo especial y ¡me hacía caso!. El interés mutuo surgió de forma espontánea con aquel maravilloso ejemplar de rumiante.
De vuelta a la cuadra, Dourada iba pegada a mí. Y cuando dejamos a los animales en los establos, me dedicó su último mugido del día, me acerqué a darle unas caricias de despedida y allí se quedó rumiando toda la hierba recolectada a lo largo de la tarde.
Aquella noche fue muy larga para mí: yo solo quería levantarme e ir a ver a mi amiga Dourada. Al día siguiente, desayuné más rápido que nunca y bajé el corto trayecto desde la casa del tío Toñis a la cuadra, para volver a ver a mi amiga.
Aquel animal “sonreía” a su manera al verme aparecer. Un mugido intenso a modo de saludo y su cabeza dispuesta ya para todo tipo de caricias.
El separarme de Dourada supuso para mí un río de lágrimas. Por fortuna, a sabiendas de mi amor por los animales, y gracias a mis padres, las visitas a casa del tío Toñis se hicieron cada vez más frecuentes aquellas vacaciones.
Nunca podré olvidar a aquel animal, su mirada, sus llamadas, su especial forma de demostrar cariño.
Hoy, tras años de veterinario, con algún que otro concepto claro sobre comportamiento animal, me doy cuenta de que es mucho lo que aún nos queda por comprender sobre la forma de ser de los animales y que lo más importante para entendernos con ellos es, sin lugar a dudas, la predisposición que presentes, el interés real por ponerte a su altura y, por supuesto, alejar esa premisa que a veces nos hace creer que someterlos es el primer paso para que te hagan caso o se acerquen a ti. Desde mi humilde punto de vista, los vínculos entre personas y animales surgen, se producen, existen. Entre aquel precioso ejemplar de vaca y yo, se estableció una conexión desde el primer momento.
Tras la trágica despedida de mi amiga y al término de mis vacaciones de verano, y tras largos meses de curso lectivo, Dourada, no me había olvidado. Si su primera llamada el día que nos conocimos fue de una intensidad difícil de explicar, recordar la alegría de aquel animal al verme al año siguiente, consigue ponerme la piel de gallina.
Y perdonadme una pequeña reflexión: aquellos que pretenden hacernos ver que los rumiantes parientes de Dourada, por ejemplo los de la mal llamada “raza de lidia”, son seres, que gustan de embestir, peligrosos, ávidos de sangre ...
¡mentira repugnante, vil y falsa mentira! Una vaca, un toro, un rumiante es un ser tranquilo y pacífico que huye de los conflictos.
Toro intentando encontrar una salida, para marcharse del círculo de la muerte.
Solo un dato científico para argumentar lo dicho: todos sabéis que los rumiantes rumian ¿no? ¿Sabéis por qué la naturaleza dotó a estos animales de cuatro partes de un estómago para facilitar tan específico sistema de alimentación? Sencillo: para evitar conflictos con predadores, con potenciales enemigos.
Los rumiantes ingieren todo el alimento que pueden en zonas seguras, lo hacen lo más rápido posible y almacenan el alimento en su bolsa estomacal. Después eligen zonas tranquilas y protegidas para devolver el alimento a la boca, masticarlo e ingerirlo de nuevo sin peligros, sin enfrentamientos.
Evidentemente, esta es una clara característica de un animal peligroso, especializado en la lucha frontal con seres vivos, presuntamente racionales, enfundados en ajustados trajes de luces...
Claro, claro, claro...
Todo niño o niña debería crecer con animales, aprendiendo desde pequeños que ellos (los animales) también aman, sienten y sufren como lo hace cualquier humano; quizá así, en 15 años, una nueva generación ame más y mate menos.
Tras el saludo inicial, nos dirigimos hacia el prado, no muy alejado de la cuadra, pero Dourada no se separaba de mi lado. Cuando llegamos, ella, como el resto, se puso a comer, pero no dejaba de tenerme controlado con el rabillo del ojo. Estábamos sentados en la hierba, las vacas pastando, cuando me dio por llamar a mi nueva amiga: levantó la cabeza, fijó en mí sus enormes y preciosos ojos, y vino nuevamente corriendo a mi lado.
Así estuve toda la tarde, caminando por aquel enorme prado y llamando a Dourada. Siempre, siempre acudía a la llamada, recibía mi dosis de caricias y mimos y vuelta a pastar. Yo era el personaje más feliz de la Tierra; un animal, por “decisión propia”, me había elegido como su amigo especial y ¡me hacía caso!. El interés mutuo surgió de forma espontánea con aquel maravilloso ejemplar de rumiante.
De vuelta a la cuadra, Dourada iba pegada a mí. Y cuando dejamos a los animales en los establos, me dedicó su último mugido del día, me acerqué a darle unas caricias de despedida y allí se quedó rumiando toda la hierba recolectada a lo largo de la tarde.
Aquella noche fue muy larga para mí: yo solo quería levantarme e ir a ver a mi amiga Dourada. Al día siguiente, desayuné más rápido que nunca y bajé el corto trayecto desde la casa del tío Toñis a la cuadra, para volver a ver a mi amiga.
Aquel animal “sonreía” a su manera al verme aparecer. Un mugido intenso a modo de saludo y su cabeza dispuesta ya para todo tipo de caricias.
El separarme de Dourada supuso para mí un río de lágrimas. Por fortuna, a sabiendas de mi amor por los animales, y gracias a mis padres, las visitas a casa del tío Toñis se hicieron cada vez más frecuentes aquellas vacaciones.
Nunca podré olvidar a aquel animal, su mirada, sus llamadas, su especial forma de demostrar cariño.
Hoy, tras años de veterinario, con algún que otro concepto claro sobre comportamiento animal, me doy cuenta de que es mucho lo que aún nos queda por comprender sobre la forma de ser de los animales y que lo más importante para entendernos con ellos es, sin lugar a dudas, la predisposición que presentes, el interés real por ponerte a su altura y, por supuesto, alejar esa premisa que a veces nos hace creer que someterlos es el primer paso para que te hagan caso o se acerquen a ti. Desde mi humilde punto de vista, los vínculos entre personas y animales surgen, se producen, existen. Entre aquel precioso ejemplar de vaca y yo, se estableció una conexión desde el primer momento.
Tras la trágica despedida de mi amiga y al término de mis vacaciones de verano, y tras largos meses de curso lectivo, Dourada, no me había olvidado. Si su primera llamada el día que nos conocimos fue de una intensidad difícil de explicar, recordar la alegría de aquel animal al verme al año siguiente, consigue ponerme la piel de gallina.
Y perdonadme una pequeña reflexión: aquellos que pretenden hacernos ver que los rumiantes parientes de Dourada, por ejemplo los de la mal llamada “raza de lidia”, son seres, que gustan de embestir, peligrosos, ávidos de sangre ...
¡mentira repugnante, vil y falsa mentira! Una vaca, un toro, un rumiante es un ser tranquilo y pacífico que huye de los conflictos.
Toro intentando encontrar una salida, para marcharse del círculo de la muerte.
Solo un dato científico para argumentar lo dicho: todos sabéis que los rumiantes rumian ¿no? ¿Sabéis por qué la naturaleza dotó a estos animales de cuatro partes de un estómago para facilitar tan específico sistema de alimentación? Sencillo: para evitar conflictos con predadores, con potenciales enemigos.
Los rumiantes ingieren todo el alimento que pueden en zonas seguras, lo hacen lo más rápido posible y almacenan el alimento en su bolsa estomacal. Después eligen zonas tranquilas y protegidas para devolver el alimento a la boca, masticarlo e ingerirlo de nuevo sin peligros, sin enfrentamientos.
Evidentemente, esta es una clara característica de un animal peligroso, especializado en la lucha frontal con seres vivos, presuntamente racionales, enfundados en ajustados trajes de luces...
Claro, claro, claro...
Todo niño o niña debería crecer con animales, aprendiendo desde pequeños que ellos (los animales) también aman, sienten y sufren como lo hace cualquier humano; quizá así, en 15 años, una nueva generación ame más y mate menos.
FUENTE: YO Y OTROS ANIMALES
Un divertido punto de encuentro para todos los que consideramos a nuestro amigo animal uno más de la familia.
AUTOR: CARLOS RODRÍGUEZ;
Veterinario, compagina la radio y la televisión con el ejercicio de su
profesión y colabora con entidades de protección animal. Ha sido presentador de
programas sobre animales en Tele5, Antena3, TVE y Telemadrid. En Onda Cero
dirige y presenta Como el perro y el gato, y en el canal de televisión
digital Nova, Pelopicopata Edición Mascoteros. Además ha publicado
varios libros y un coleccionable sobre animales de compañía. Es autor
de “El encantador de gatos”, entre otros.
(c) Carlos Rodríguez, 2013
(c) Espasa Libros, S.L.U., 2013, Barcelona
(c) Espasa Libros, S.L.U., 2013, Barcelona
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