miércoles, 15 de junio de 2016




IMPERIAL.







Cuando ya había finalizado la carrera, permanecí todavía durante unos meses en los quirófanos de la Facultad de Veterinaria.


Una mañana, una que podía haber sido “una más”, comenzó con un tremendo revuelo (nunca mejor dicho) que procedía de la sala de espera. La curiosidad me llevo a ver qué pasaba y me encontré con un nutrido grupo de personas rodeando una gran caja, de esas que en origen había servido para embalar una lavadora.


Todos rodeaban la caja de cartón y mi aguda inteligencia, mi fina suspicacia, me hizo pensar que en realidad lo que ocupaba el espacio interior de la caja, sin lugar a dudas, no era una lavadora. ¡Y acerté! Dentro de aquel improvisado transportín de animales vivos viajaba un águila imperial, un maravilloso ejemplar que observaba a los presentes con una cara en la que se mezclaban estrés y desconcierto.








                            ÁGUILA IMPERIAL EN CAUTIVIDAD



Evidentemente, ya que estaba allí, me interesé por las razones de la llegada de tan regio animal a las instalaciones universitarias; uno de los acompañantes me comentó que un grupo de amigos estaba de caza, cuando vieron al animal muy quieto, en el suelo. Por lo visto, uno de ellos se acercó. Debía de ser presuntamente el más valiente, pero puedo deciros que, en realidad, era el que tenía menos luces; os aseguro que un águila imperial tiene un tamaño impresionante y unas defensas naturales [garras y pico] que pueden hacer algo más que pupita.






                         ÁGUILA IMPERIAL CON SU ÚNICO POLLO


El “valeroso” [inconsciente] cazador acabó siendo la presa del ave. Por lo que contaban los compañeros del que en ese momento estaba en las Urgencias de algún hospital, al extender su mano hacia el águila [es que hay que ser muy tonto…]  fue aprehendido por una de sus garras. Por fortuna, el emplumado animal no hizo más. No quiero ni imaginar si le hubiera dado por hacer una demostración de sus habilidades con el pico en algún terreno orgánico del descerebrado humano. También supimos, por lo que relataron los compañeros del valiente, que el águila no soltó la mano del memo hasta que le vino en gana, momento en el que parte de los asistentes al evento aprovecharon para trasladar al humano hasta el hospital, mientras otros se encargaban de coger al irracional, con ayuda de unas mantas [estos fueron más prudentes, sin duda al ver las consecuencias de una acción a pecho descubierto].







                 CESIÓN DE ÁGUILAS IMPERIAL POR ANDALUCÍA



Cuando estaban terminando el relato de los hechos, llegó a la sala de espera uno de los veterinarios oficiales de la facultad, un señor entrado en años y con conocimientos sanitarios y castrenses.

___¡Déjenme pasar!


Tras su orden asomó su habitualmente congestionada faz a la caja. Al visualizar el portento de ser vivo que ocupaba aquel acartonado recinto y sin mediar palabra, miró a su alrededor, varias pasadas de 360 grados para, finalmente, fijar su mirada en mí:


___¡Usted…, coja el ave!


Evidentemente no se refería a que cogiera el tren de alta velocidad, en aquella época todavía no surcaban nuestra geografía; el “hábil” veterinario pretendía que sacara el águila de la caja.






MARCAJE DEL ÁGUILA IMPERIAL SARA, RESCATADA EN EL PARQUE REGIONAL DEL CURSO MEDIO DEL RIO GUADIANA.


En aquel preciso momento, supongo que por varias e instintivas razones, le dije, con la mayor educación posible, que la cogida él con sus manitas y sus aprendidas tácticas de defensa y ataque.


Me llamó de todo menos guapo y, lo más divertido: me amenazó que nunca acabaría la carrera mientras él estuviera en la facultad. Aprovechando un pequeño momento en el que paró para coger aire antes de seguir chillándome como un mono arborícola [con todo el respeto al mono y a sus familiares], le dije:


___Tiene usted toda la razón, no voy a poder acabar la carrera mientras usted esté aquí, porque ya la he acabado.







                           ÁGUILAS IMPERIALES EN CORTEJO


A su habitual cara violácea se unió entonces la hipercongestión, consecuencia de los gritos que había proferido, más los efectos de la mala leche que le supuso no poder someterse. Todo junto casi le provocó una parada cardiorespiratoria. Se dio media vuelta y desapareció, afortunadamente para todos: los racionales y el águila.







          ÁGUILA IMPERIAL MARCADA CON UN RADIOTRANSMISOR


Tras el numerito del ser en cuestión se activaron los protocolos normales: manejo del ave con seguridad tanto para ella como para los profesionales, apaciguamiento del animal, radiografías, valoración de las fracturas e intervención quirúrgica. Todo se desarrolló con normalidad y puedo deciros que aquel águila, tras el prudencial periodo de recuperación, volvió a integrarse en su entorno natural.





EXTRACCIÓN DE SANGRE A UN POLLO DE ÁGUILA REAL PARA UN CHEQUEO VETERINARIO, EN EL CENTRO GREFA.


Afortunadamente también, aquel individuo, el presunto racional que pretendía utilizar mi físico en cumplimiento de sus ordenanzas, era una triste excepción, tanto para la profesión veterinaria como para la ilustre carrera castrense a la que también pertenecía.











FUENTE: “YO Y OTROS ANIMALES”; Un divertido punto de encuentro para todos los que consideramos a nuestra mascota uno más de la familia.

AUTOR: CARLOS RODRÍGUEZ; Licenciado en Veterinaria, compagina la radio y la TV con el ejercicio de su profesión y colabora con entidades de protección animal. Ha sido presentador de programas sobre animales en Tele 5, Antena 3, TVE y Telemadrid. En Onda Cero dirige y presenta Como el perro y el gato, y en el canal de televisión digital Nova, Pelopicopata Edición Mascoteros. Además, ha publicado media docena de libros y un coleccionable sobre animales de compañía. Es el autor del magnífico libro “El encantador de gatos” Sus trabajos han merecido el reconocimiento de la Real Sociedad Canina de España.

© Carlos Rodríguez, 2013
© Espasa Libros, S.L.U., 2013

Ediciones BOREAL


  





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