miércoles, 26 de marzo de 2014



MADRES BESTIALES







Los padres más bestias pueden ser los más tiernos cuando tratan con sus crías. Los animales no se libran de los quebraderos de cabeza que dan los hijos y, por sufrir, hasta padecen confusiones de bebés o depresiones posparto. Los animales que nacen más desvalidos disfrutan durante mucho tiempo de los mimos y cuidados de sus madres y a veces incluso también de sus padres. Los humanos comparten los primeros puestos del ranking de abnegación maternal con los osos y los primates.





Los primates, como los humanos, aprenden el instinto maternal de sus madres. Los veterinarios de los zoológicos han diagnosticado depresiones posparto en chimpancés, gorilas u orangutanes que fueron de pequeños confiscados en aduanas y que no pudieron disfrutar de una madre que les enseñara la conducta de crianza. "En una ocasión tuvimos que separar de sus madres a dos gorilas nacidos en el zoo porque ellas no sabían cómo cuidarlos. Desde entonces, para prevenir estas situaciones, les ponemos a las primerizas películas de vídeo con imágenes de madres criando", explica Enrique Sáez, biólogo y veterinario conservador del Zoológico de Madrid.






Otras especies nacen con el instinto maternal grabado en los genes. Y algunas, sencillamente, no lo necesitan. En la playa de Nancite, en el parque nacional de Santa Rosa (Costa Rica), una tortuga laúd entierra en la arena un centenar de huevos y vuelve al mar. No es que sea mala madre, simplemente está cumpliendo con la particular estrategia reproductora característica de las especies menos evolucionadas: poner muchos huevos con la esperanza de que al menos uno salga adelante. Argucia en la que es campeona la hembra del pez molva, que pone millones de huevos.





Otros animales, como el elefante, prefieren tener un único hijo muy grande cada cuatro años. "Con uno basta", deben de pensar las elefantas sobre todo si pesa 120 kilos y hay que amamantarle durante dos años.




Elefantito marino mamando. Península Valdés. Página de Alejandro Avampini.

Otras son más prácticas. La hembra de elefante marino, que pesa cerca de una tonelada, amamanta a su cachorro durante sólo 28 días, pero lo hace con una leche riquísima en grasas y el pequeño se desarrolla rápidamente.




La hipopótama comienza a dar de mamar en tierra a su cría hasta que ésta aprende a nadar, momento en que continúa la lactancia en el agua.





La hembra del rinoceronte pasa toda su vida amamantando crías sin parar, pues en su caso la lactancia no se interrumpe con el celo ni con la preñez y la rinoceronte continúa su tarea hasta el parto siguiente.





Por el contrario, las crías de jirafa comienzan a ramonear las hojas de los árboles con una semana de vida y raramente se las ve mamar pasada esa fecha.





                                  Zorro en el desierto del Sahara


Los padres están programados genéticamente para hacer sacrificios y correr riesgos con tal de ver progresar a sus hijos o, mejor dicho, para que su material genético tenga más peso dentro de la población total de la especie. Algunos ponen a prueba el instinto maternal en el desierto con temperaturas por encima de los 50ºC.





En el polo con menos de 50ºC bajo cero, el pingüino emperador macho incuba un huevo durante dos meses en mitad de la oscuridad helada de la Antártida. Los machos se apiñan en círculo para combatir el frío [la temperatura desciende a 60ºC bajo cero] y se intercambian constantemente las posiciones más expuestas al viento. Sostienen el huevo entre las patas y un pliegue de la piel del vientre y permanecen así hasta después de nacer el pollo, al que continúan arropando hasta que llega la hembra. Ésta ha pasado el invierno en la costa pescando y engordando para poder llevar alimento a su exhausto macho y a su recién nacido polluelo, justo cuando empieza el verano en la Antártida.






Las gaviotas grises de los desiertos de Chile crían sus pollos en la región más árida del planeta, donde jamás llueve y la temperatura sube por encima de los 50º. La gaviota hace vibrar sus plumas para proporcionar algo de alivio a sus acaloradas crías, y juntas esperan la llegada del otro progenitor con la comida.





Hay, pues, preñez para todos los gustos: la de la elefanta dura casi dos años; la de la jirafa, 450 días; la de las leonas, 105 días, y la osa da a luz a los nueve meses unos oseznos tan indefensos y desnudos que antiguamente se decía que la madre les daba forma lamiéndolos. Otras hembras son más prolíficas, como el topillo agreste, que pare cada 20 días camadas de seis a ocho crías. Si no hay una invasión planetaria de topillos es porque son plato frecuente en la alimentación de las rapaces.






En varias autonomías del Estado Español, los están exterminando, debido a su gran proliferación. Lo que no dicen es que debido al también exterminio de las rapaces, los topillos no tienen depredadores y se multiplican.





Varias mangostas montando guardia para identificar a posibles depredadores, por aire o por tierra. Colaboran en el cuidado de sus crías, y tienen cuidadores para los cachorros cuando los padres van a buscar alimento. Los cuidadores son mangostas más jóvenes: los hermanos mayores.


Del estudio de casos de crianza cooperativa se dedujo el principio de selección familiar. Según esta teoría, desarrollada por William D. Hamilton en los años sesenta, algunos individuos emparentados entre sí 
[hermanos, tíos] son capaces de ayudar de forma altruista a otros miembros de su familia en la cría de su prole, porque así están contribuyendo a la perpetuación de un mismo material genético. Un modelo posterior, propuesto por Robert Trivers, explica que estos comportamientos se realizan con la esperanza de que algún día será devuelto el favor. En estas sociedades, los individuos timadores, que no devuelven el favor, son identificados y castigados.





Los murciélagos viven durante el día en una cueva-guardería donde todas las hembras cuidan de las crías. Necesitan ingerir la mitad de su peso en comida (frutos, insectos…). Si no cazan durante dos noches seguidas, mueren. Por eso se ayudan entre sí y los murciélagos que han tenido éxito regurgitan comida para alimentar a los desafortunados, a la espera de que otra noche menos pródiga algunos de éstos compartan su alimento.





Los machos del trupial alirrojo alimentan a todos los pollos de su nido, aunque no todos son suyos, porque la hembra se aparea con más de un macho. El macho asume el riesgo de estar alimentando al pollo de otro con tal de asegurarse de que ninguno de sus hijos biológicos morirá de inanición.





En cambio, otros recurren al infanticidio. Un león (o varios) que toma posesión de una manada suele matar a todos los cachorros. No quiere que un hijo anterior de sus leonas haga la competencia a sus futuros descendientes.





Generalmente, los animales se guían de rasgos físicos para reconocer a sus vástagos. Entre los primates y aquellos animales cuyo sentido más fiable es la vista predominan las referencias visuales. Los animales que viven en la oscuridad se reconocen por señales auditivas, mientras que otros lo hacen mediante olores. Nutrir, limpiar, proteger y también transportar son las primeras obligaciones de los padres para sus crías.






La hembra de cisne cantor lleva a sus crías a la espalda cada vez que se cansan de nadar.





La musaraña enana saca de expedición a sus hijitos agarrados todos a la cola o sobre su lomo.





En la América tropical, la cría del perezoso de tres dedos trepa por el pelo de su madre nada más nacer y así permanece agarrada durante cinco semanas.





La cría del canguro rojo de Australia llega aún más lejos, pues nace tan desvalida que permanecerá ocho meses metida en la bolsa marsupial de su madre.





Ningún periodo de cría es tan largo y delicado como el de la especie humana, pero muchos animales juegan, regañan y protegen a sus hijos de una forma que recuerda a la humana. 







Quizá lo que ocurre en realidad













es que los sentimientos maternales humanos son una copia elaborada del instinto maternal de LAS BESTIAS. 





TEXTO DE: CARLOTA LAFUENTE
Suplemento de El País, Domingo 5 de enero de 1997
Número 1.058










































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