Y ENTONCES, NUESTROS OJOS SE ENCONTRARON…
Hay una diferencia, aparentemente de escasa importancia entre perros y lobos. Esta pequeña variación conductual entre ambas especies tiene notables consecuencias. La diferencia es que los perros nos miran a los ojos.
Los perros establecen contacto visual y nos miran en busca de información [sobre la ubicación de la comida, sobre nuestros sentimientos, sobre lo que está ocurriendo]. Los lobos evitan el contacto visual. En ambas especies, este contacto puede ser una amenaza: mirar fijamente es una afirmación de autoridad. También en los humanos.
En una de mis clases de la universidad, hago que mis alumnos realicen un sencillo experimento de campo: intentar establecer contacto visual y mantenerlo con cualquiera con quien se crucen por el campus. Tanto ellos como la otra persona objetivo de la mirada se comportan de una forma sorprendentemente sistemática: todos tienen prisa por suspender el contacto visual. A los alumnos les crea ansiedad y muchos de ellos dicen de repente que son tímidos: explican que se les empieza a acelerar el corazón y comienzan a sudar tras aguantar la mirada de alguien unos pocos segundos.
Inventan sobre la marcha detalladas historias para explicar por qué alguien apartó la vista o se la aguantó medio segundo más. Lo más habitual es que su mirada se encuentre con que aquella persona a la que se dirige retire la suya. En un experimento similar, analizan la mirada de una segunda forma, para verificar la tendencia de nuestra especie a seguir la mirada de los demás hasta su punto focal. El alumno se acerca a cualquier objeto público y visible para cualquiera [un edificio, un árbol, una mancha en la acera] y se lo queda mirando fijamente. Otro alumno se coloca cerca de él y a escondidas graba las reacciones de los transeúntes. Si no llueve ni es una hora punta, comprueban que al menos algunas personas se detienen, les siguen la mirada y se quedan observando con curiosidad ese fascinante punto de la acera: seguro que hay algo.
Si esta conducta no resulta sorprendente es porque es humana: las personas miramos. Los perros también. Aunque han heredado cierta aversión a mirar a los ojos demasiado rato, parece que están predispuestos a inspeccionarnos la cara para informarse, asegurarse u orientarse. Una conducta no sólo agradable para nosotros [mirar profundamente a los ojos del perro que nos está observando produce cierta satisfacción], sino que es perfectamente adecuada para llevarse bien con los humanos. Como veremos más adelante, también les sirve de base para su destreza en la cognición social.
Perros en una perrera de Badajoz. Mientras los partidos políticos no tengan un programa transparente de lo que van a hacer para mejorar la situación de los animales en éste país (España), que cuenten con mi abstención.
Las personas evitamos el contacto visual con los extraños, pero lo mantenemos en nuestras relaciones con quien más queremos. Una mirada furtiva está llena de información; la mirada mutua cala muy hondo. Entre las personas, el contacto visual es esencial para la comunicación.
De ahí que la capacidad del perro de buscarnos la mirada y quedársenos observando pueda haber sido uno de los primeros pasos en su domesticación: escogimos a quienes nos miraban. Lo que hicimos entonces con los perros es peculiar. Empezamos a diseñarlos.
FUENTE: "EN LA MENTE DE UN PERRO" (Lo que los perros ven, huelen y saben) 2ª edición.
AUTORA: ALEXANDRA HOROWITZ, es profesora de psicología en el Barnard College de la Universidad de Columbia. Es doctorada en Ciencia Cognitiva por la Universidad de California en San Diego. Ha estudiado la cognición en humanos, rinocerontes, bonobos y perros. Antes de iniciar su carrera científica trabajó como lexicógrafa del Merrian-Webster y como periodista de The New Yorker. Vive en New York con su marido y su perro.
© Alexandra Horowitz, 2009
© de esta edición: RBA Libros, S.A., 2011, Barcelona
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