domingo, 20 de abril de 2014



LOS ÚNICOS AMIGOS EN LA MISERIA

Mi perro, mi única fortuna

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La vida los ha tratado mal. Viven en la calle, sin nada prácticamente. Pero han encontrado en sus perros algo a lo que aferrarse. Son sus compañeros, sus amigos, sus salvavidas. Para muchos, el único motivo por el que se levantan cada mañana. Estas son sus historias.

Texto y fotografías FERNANDO SÁNCHEZ ALONSO

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                     CLAUDIO Y ROCCO "No soy su dueño. Es mi amigo"


Claudio de 47 años, es arquitecto en paro. Trabajó 11 años en un estudio de Londres y otros 10 en Gerona. "Pero la empresa quebró. Se me acabaron los ahorros y desde hace año y medio vivo en la calle". Claudio ha improvisado un chamizo en un parque, donde vive con Carmen, su pareja, y Rocco, su perro. "Es mi amigo. No soy su dueño", matiza. Carmen se niega a salir en la foto. "Mi familia no sabe que vivo así", dice. A Claudio no le incomoda la cámara. "No tengo nada de lo que avergonzarme -alega-. Lo que quiero es un trabajo, cualquiera, y salir de la calle.


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CUCHO CON PÚA Y PEPE. "Mis perros son mi único motivo para levantarme por la mañana".


Este madrileño, de 43 años, fue cabo del Ejército. Es un lector voraz de Bakunin y de novelas históricas y tiene un par de hijos veinteañeros. Su mujer es sargento; su suegro general. "Una familia peculiar para un anarquista como yo", bromea. A ella hace tiempo que no la ve. "Hoy, Púa y Pepe son mi único motivo para levantarme cada mañana". Cucho lleva 13 años en la calle. "¿Qué es lo más duro de vivir así? El suelo para dormir -dice con cierta sorna-. Lo bueno es que te acuestas cuando te apetece; lo malo, que te levantas cuando los municipales quieren".



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ROCÍO CON CURRI Y VENUS "Si tengo que quitarme el pan para dárselo a mis perras, lo hago"


Rocío, que fue camarera, vive con Paco, su pareja. Lo conoció cuando él regentaba un pequeño puesto en el madrileño barrio de Ópera. Pero los problemas familiares acabaron empujando a ambos a la calle. Rocío duerme con Paco y con sus "niñas" (así las llama ella), Venus y Curri. A la primera la encontró abandonada el día de su cumpleaños. "Fue el mejor regalo de mi vida", sonríe Rocío al recordarlo. A Curri la descubrió en un contenedor. "Me gasté el poco dinero que tenía para vanucarla. Y si tengo que quitarme el pan de la boca para dárselo a ellas, lo hago".



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MARU Y ARCO "Nos gusta escuchar los problemas de la gente"


En otros tiempos, María Eugenia -de 43 años- era auxiliar de geriatría. Pero dos hechos han marcado su vida. El primero la muerte de su mejor amiga, toxicómana, en sus brazos. "A raíz de aquello, me hundí en una depresión", recuerda. El segundo, su estancia en la cárcel por pasarle droga a su novio, drogadicto y encarcelado antes que ella. Solo tenía 29 años. Hoy, Maru junto con Arco, su perro, se apostan cada mañana en la calle. "Nos gusta escuchar a la gente. A veces hablan conmigo y descubro que tienen más problemas que yo. Pero, al final, ellos se van a sus casas y yo me quedo aquí en la calle".



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JOSÉ LUIS Y CURRO "Lleva conmigo 10 años. Es como un hijo"


José Luis, de 67 años, exlegionario y exparacaidista, duerme en la antesala de una entidad bancaria. "La directora me da permiso. Es buena persona". Entre un barullo de ropas y mantas, Curro asoma el hocico. "Lleva conmigo 10 años. Es como un hijo". Después de pasar por la cárcel en los setenta por desertar, José Luis comenzó a dar bandazos. "Y me encontré en la calle". Hace unos años estuvo a punto de morir por una paliza que le propinaron unos cabezas rapadas. José Luis ha tenido pareja. Luisa, pero la felicidad duró poco. "La pobre murió de un derrame cerebral. Hoy, solo me queda Curro en el mundo. Si no fuera por él y por la gente que me ayuda, me habría pegado un tiro"


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                       JOSÉ Y BLACKY "Mi mujer me dejó en la miseria"



El día de Navidad de 2004 está grabado a fuego en la memoria de José, un portugués de 45 años. "En aquella maleta estaba toda mi vida", recuerda. "Me la robaron en un bar del Algarve". José regresaba a su país tras trabajar como albañil 10 años en Alemania. "De repente, todo desapareció", cabecea. Tras el robo se encadenaron las desgracias, hasta que la mujer con la que compartía su vida retiró todo el dinero de su cuenta y lo dejó en la miseria. José recorre las calles suplicando limosna y trabajo. "Me prometen cosas, pero nunca me dan nada. Pero soy optimista", sonríe. Blacky, su perro, gruñe en el centro de acogida donde pasarán la noche.



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DOREL CON MARUSA "Ni mi perro ni yo somos ilegales. Tenemos papeles"


Dorel, rumano de 44 años, trabajó en la construcción "pero ahora las cosas están muy difíciles", dice. Es educado y triste, como si temiese ofender. De Rumanía se trajo a su mujer. Helena (hoy, muy enferma), y  Marusa, su perro. "Marusa significa 'manzana' en rumano. Lo llamé así porque es dulce como una manzana", sonríe. Dorel, Helena y Marusa llevan 3 años en la calle. Con el dinero que sacan de la caridad pagan las medicinas de Helena. De repente, Dorel se sobresalta y rebusca en la mochila. "Ninguno somos ilegales -explica sin que nadie le pregunte-. Marusa también tiene sus papeles en regla. Aquí está la cartilla".



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Unos se mueren de inanición,







y otros se mueren de
indigestión.
















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