sábado, 5 de abril de 2014



¿POR QUÉ CALLAMOS? ….  Ellos no hablan, pero sufren.

Iam McWhite



 El otro día estuve en casa de un conocido para tratar un asunto de trabajo. Al salir de su casa e ir a coger el coche me fijé que detrás de un árbol andaba arrastrándose un gato. Le faltaban dos patas y las dos orejas. Quise cogerlo pero mi amigo me lo desaconsejó. El gato es de uno de sus vecinos y está como está gracias a las fechorías que de día en día le hace uno de los hijos del vecino. No supe que decir.




 Ya en casa y dispuesto a comer, recuerdo a otro conocido, éste de hace ya unos tres años y en otra localidad. Él y su hijo, adolescente, se dedicaban a provocar descargas eléctricas en el cuerpo de su gato persa. ¿Por qué? “No veas qué bien nos lo pasamos”, fue lo que escuché como respuesta a la cara de bobalicón que debí poner. Recuerdo que tampoco supe que decir.






Y sin ir más lejos, hace un tiempo, en el mismo edificio en que yo vivía. Había un vecino que tenía a su perro atado en el balcón, sin salir de casa, sin comida ni bebida durante días. El animal aullaba como un condenado en el infierno. Y no dije, ni hice , nada.





Una vez leyendo a Heidegger me enteré que los animales no tienen mundo. Sí, así lo dice el filósofo qua filósofo. Y yo me digo ¿es verdad eso? Y, de todas formas, ¿qué hay de los animales en nuestro mundo?
¿Por qué los sometemos, humillamos, agredimos con sevicia y sin freno les quitamos o/y destruimos sus hábitats? ¿Qué obtenemos de tenerlos encarcelados con nosotros y en nuestra cárcel?





No tengo respuesta a tanta pregunta que se posa en mi mente y sí una certeza que se acrecienta en el tiempo: sí, fui y soy un cobarde. De nada debe servirnos el observar que en ese estado es el corresponde a la mayoría de los individuos de nuestra especie. ¡Hay que acabar con el especismo!



























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