María, quería un gato y lo compró. Tenía un trabajo entre
Madrid y Bilbao, y algunas veces llevaba a Fifí a Madrid. Pronto se dio cuenta
de que la gata ya no le parecía tan mona como al principio; ya no era un
capricho: era un incordio. No sabía como
deshacerse de la gata; María era tan “buena” que no quería abandonarla, por eso
contactó con Virtudes, una “animalista” que recoge gatos callejeros, alguno sin
esterilizar y otros con el VIH, algunos se han contagiado mutuamente y se han
muerto varios. Esta persona le dijo a María que ella se hacía cargo de Fifí.
Entró la gata en casa de Virtudes y lo primero que hizo fue esconderse y no
salir en varios días. Cuando al fin se la vio se le había caído todo el pelo y
maullaba con angustia. La llevó a una amiga veterinaria. De esa guisa, la sujetaron a lo bruto la veterinaria, su
ayudanta y Virtudes. El estrés que tenía en casa se multiplicó en la consulta
veterinaria, así que a Fifí le dio una parada cardíaca y la eutanasiaron.
María, que a estas alturas estaba embaraza, se alegró de la muerte de Fifí. Se
terminó el problema, aunque mucho me temo que vuelva a comprar otro gato, después de tener al niño, claro. Los
animales llamados mascotas, no tienen ningún valor para las personas, no cuesta
nada hacerse con uno, los hay a cientos, en criaderos y refugios. Mientras
no se obligue a esterilizar a los animales, cada animal será padre y madre y
sus hijos serán abandonados, uno por uno, luego contarán que uno se murió, el
otro se lo regalaron a una vecina muy buena, aquél otro se escapó….
La
animalista sigue recogiendo gatos callejeros y entre el poco “tacto” y la
ignorancia de su veterinaria, de la ayudanta
y de ella misma, algunos animales pasarán a mejor vida. Esta situación,
se me asemeja a una gran cadena de montaje del sufrimiento animal a nivel
social. Y seguimos perpetuándola. ¿Hasta cuándo?
Muchas gracias por estos textos, grandiosos y de mucha reflexión.
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